Nueva vida
Mr. Fong está a punto de abordar un avión que lo llevará de regreso a Miami. Vino al D.F. a fines de agosto con el ineludible pretexto de ver a Caetano Veloso en el Auditorio Nacional. Nos entusiasmaba mucho ver a Caetano con su nuevo trío, una oportunidad que en México se da cada 12 años. Así que ahí estuvimos, con Alfonso André unas filas más allá, maravillándonos con la audacia del maestro legendario, su invención inagotable y su fructífera búsqueda de una belleza minimal. Ese fue el pretexto y por si sólo valía la pena. Pero en realidad, Fong vino a formalizar una decisión que tomó desde hace un par de meses: vino aquí a cumplir una misión.

Durante las dos últimas semanas él, Alfonso y yo hemos estado grabando las bases de un nuevo disco de La Barranca. Federico estuvo aquí para hacer los bajos de seis canciones nuevas y grabó también unos hermosos pianos para tres de ellas. Se grabaron además unos chelos, con Mónica del Águila, para un arreglo que Fong había escrito. Él y Alfonso prácticamente han concluido las bases del disco y no dejo de sorprenderme por el sonido que producen juntos. Puedes escuchar sus instrumentos aisladamente y reconocer el estilo de cada quien; pero sólo oyéndolos juntos ambos adquieren su significado total: cada golpe de tarola y cada nota de bajo cobran un nuevo sentido, que no tienen cuando los escuchas por separado.

Así, casi hemos completado lo que iniciamos tentativamente a fines de mayo. Entre los tres les hemos ido dando forma y personalidad a estas músicas que nos andan sobrevolando el espíritu desde hace seis meses. Bajo la mano cuidadosa de Lalo Del Águila, la nueva música de La Barranca empieza a mostrar su rostro. Y mientras me alejo del Aeropuerto es inevitable sentir un hormigueo en el cuerpo. Hay muchas cosas sonando en mi cabeza.

Pero a principios del año ninguno de nosotros cuatro sabía ni imaginaba esto. O acaso sólo nuestros estómagos. Entonces La Barranca estaba suspendida y con muy pocas posibilidades de regresar pronto.

Yo había entrado en una especie de retiro voluntario/involuntario. No tenía planes inmediatos ni tampoco muchos deseos insatisfechos por cumplir. Me sentía un poco como un observador de mi propia realidad, de mi propio entorno, del país. Y lo que podía ver a mí alrededor era un montón de desintegración y ruptura. Como oleadas sardónicas e interminables de la grieta que partió en dos a este país en julio del año pasado. Claro, no lo partió entre buenos y malos, pobres y ricos (siempre lo ha estado); ni siquiera entre izquierda y derecha (¿habrá términos más obsoletos que estos a principios del siglo 21?). La división fue entre lo que creíamos ser y lo que realmente somos. Y esa imagen no estuvo chida. Propició un montón de desconfianza, paranoia, miedo. La realidad ha cambiado, la forma de vernos a nosotros mismos ha cambiado. Pero las heridas permanecen, los vicios sólo cambian de color y el hambre por el poder está más descarada que nunca.

Ante ese panorama considero mis opciones, que no son muchas. No se cuando volveré a tocar, no hay nada en el horizonte cercano. Existe la posibilidad de tocar en vivo el disco que hice con Jaime López, No más héroes por favor. Estoy contento de haber sacado el disco, tras muchos obstáculos e interrupciones. Me gusta también como suena: es un terreno diferente al que hubiéramos llegado Jaime o yo, cada quien por su lado. Es denso y no hay nada en el panorama que se le parezca. Cuando lo sacamos, a finales del 2006, no había planes para tocarlo en vivo. Pensamos que sería sólo un trabajo de estudio, similar a su antecesor, el Odio Fonky. Pero ahora se abre un espacio y también hay una invitación remota por parte de la U de G para tocarlo en vivo. Sería divertido tocar con Jaime; siempre es divertido trabajar con él. Pero para ello habría que armar una banda. Y armar una banda implica un chingo de esfuerzo: encontrar a los músicos indicados, poner un repertorio, buscar un sonido. Puede ser, quizá, pero por ahora la invitación se ve remota: tan remota como junio visto desde enero.

Considero también la posibilidad del retiro. A lo mejor ya hice todo lo que tenía que hacer en la música. ¿Podría vivir sin la idea de ser un “músico profesional”, sin las adrenalinas, sueños y responsabilidades que eso conlleva, dedicado sólo a mi vida privada? Tal vez.

¿Podría vivir sin eso que llamamos rock? Seguro. Después de todo llevo ya casi cinco meses escuchando solo música brasileña. Me sumerjo en ella con el mismo asombro del explorador que descubrió el Océano Pacífico: intrigado de saber que existe un mar virgen, al menos tan amplio y profundo como el que uno creía conocer. Y siento que no necesito realmente del Atlántico. Chico, Joâo, Caetano y demás son capaces de suministrarme todo cuanto necesito de la música.

Pero es curioso como algunos artistas tardan años en entrar en nosotros. No sé a ciencia cierta qué es lo que a veces lo impide. Nuestra propia formación, nuestros prejuicios. O tal vez nuestras expectativas. A veces estamos tan aferrados a ellas, que esto nos impide ver cualquier cosa que no se les parezca. Por ejemplo, en mi primera incursión en la música brasileña, hace unos doce años, me dio por comprar discos un poco a ciegas, simplemente por el deseo de explorar. Me gustaban Caetano y Tom Zé y pensé que podría encontrar cosas similares. Obviamente no hay nada estrictamente similar a ellos (y eso es lo que los hace grandes), pero pensé que podría haber cosas cercanas, antecedentes acaso. Todos remitían de alguna u otra forma a Joâo Gilberto, así que me compré un disco de él que se llama Amoroso. Puse el disco en su momento y no me dijo nada: venía envuelto en arreglos de cuerdas que me parecieron demasiado suntuosos y al mismo tiempo disonantes; la interpretación misma de Joâo no me pareció arrebatadora ni mucho menos. Así que quité el disco y lo guardé.

El año pasado estuve en Río y realicé una segunda incursión, ya con algunas coordenadas mucho más específicas. Escuché, leí y compré varias cosas. De nuevo todas remitían a Joâo, como el maestro primigenio del que habían surgido todos los otros artistas que me gustan. Así que decidí probar de nuevo. Esta vez con una grabación hecha en Tokio en 2002, con Joâo a la edad de 72 años.
Ahí, solo con su guitarra y su voz, sin ningún elemento adicional, Joâo se me reveló: una música en donde cada elemento es lo justo para alcanzar la belleza y la emoción. Una música en donde la precisión y la inventiva extremas no son arrojadas como desplante, sino presentadas de manera contenida, como parte de la canción. Lo que me gustó de esa música es que, más que nada, es sugerencia: todo está contenido ahí, pero hay que hacer un ejercicio de verdadera escucha, escucha imaginativa, para percibirlo. Y qué sofisticación rítmica y armónica!

Pensé, ¡qué lejos está el rock de esta música! Me pareció lamentable que, de alguna manera, los músicos de rock se vean obligados a exagerar el gesto para “prender” a su público. ¿Es necesario simular el orgasmo? La emoción es o no es. Y cuando es simulada deja de serlo para convertirse en simulacro.

El caso es que regresé al disco que tenía guardado y esta vez pude disfrutarlo completamente. Incluso pude apreciar en todo su esplendor su versión de Bésame Mucho que, como fan irredento de la rola, antes me había parecido demasiado extraña. Pensé en el largo tiempo que me había tomado estar listo para oír esta música. Pero después, yéndome más para atrás en la discografía de Joâo descubrí algo extraordinario: ¡yo ya lo conocía desde niño! Mi madre tenía un disco de él, que oía con mucha frecuencia cuando yo tenía entre 3 y 5 años. Sólo al volver a oírlo con atención lo recordé. Le hablé a mi madre para confirmarlo y me dijo que lo conservó hasta que dejó de oír acetatos. Así, esta música ya estaba de alguna manera inscrita en mí. Pero cuando la oí, después de años, no la reconocí porque yo estaba esperando oír elementos de rock en ella. Mis expectativas me cegaron.

Estos y otros descubrimientos igualmente deslumbrantes llenan mis días de principios de año. Por el momento, cubren mi dieta musical: no necesito nada más.

Pero del otro lado del oyente, la música me sigue atrayendo: tocarla, estar cerca de ella, olerla. Supongo que siempre habrá una guitarra por ahí. Incluso sé que puedo aproximarme a ella como instrumento estrictamente personal, como una herramienta para hablar conmigo mismo. Y sé también que es factible tocarla sin ninguna pretensión. Eso me lo enseñó André hace apenas unos meses. A mediados del 2006 me llamó para que nos juntáramos unos días a grabar en el Submarino. No me informó la naturaleza del proyecto o si es que había tal. Aparentemente sólo se trataba de juntarnos: llevar los instrumentos y grabar durante cuatro días con Marco Mendoza, cualquier cosa que surgiera en el momento. Así lo hicimos y surgieron muchas ideas de ahí. Fue muy placentero tocar con André de nuevo y reconocer su vocabulario, su sonido específico. Una suerte de baterista que hace melodías con sus tambores. Yo pensaba que Alfonso quería hacer un disco solista o algo, así que cuando terminamos las sesiones le pregunté que cuál era su plan. No quiero hacer ningún disco solista ni nada, me dijo. Sólo te llamé porque tengo ganas de tocar y me gusta tocar contigo, punto.

En ese momento tal postura me pareció excéntrica. Pero ahora me resultaba totalmente comprensible: tocar por tocar, dejar que los dedos deambulen por la guitarra, buscando cosas por si mismos. Si acaso aparece algo qué bueno; si trae una melodía, mejor. Una frase sería ya un regalo.

Y así me paso el principio del año, buscando canciones sin la ambición de salir en MTV. Sin la ambición siquiera de terminarlas.

Se supone que debería inventarme un disco solista, de preferencia uno instrumental. Pero el que querría inventarme ya lo hice hace años. Se trataba de música instrumental para guitarra relacionada con el cine. Fellini, zooms, close-ups. Cada canción era un soundtrak imaginario y para cada una de ellas se hizo un pequeño film. En el booklet del disco los músicos aparecen como los actores en los créditos de las películas. Esa fue mi idea y se llamó Yendo al Cine Solo. ¿Qué caso tendría hacerla de nuevo?

Preferiría desarrollar algo con la voz. Ese si es un terreno que me interesa explorar. Me quedé con eso desde que terminamos de grabar El Fluir. Como si estuviera a punto de descorrer un velo. Entonces, mientras mis dedos divagan sin ambiciones, yo canto sin pretender llegar a ningún lado.

Parte de mi retiro implica un cierto voto de silencio. Para empezar no quiero hacer entrevistas que tengan que ver con La Barranca. Básicamente porque no tengo nada que decir, no hay nada nuevo. Hace dos años que no hacemos un solo compás de música nueva. Por esa razón tampoco visito la página con mucha frecuencia. Cada que lo hago me topo ahí con linchamientos, rumores, disputas. Sé que se supone que yo he de dar algunas respuestas, pero la verdad es que no tengo ninguna. Al menos por ahora.
¿Qué es La Barranca, quién es, cuál es el espacio que le pertenece, que sigue?

Además, hasta donde yo recuerdo, no somos un grupo de chismes personales. Nunca hemos salido en el TV y Novelas y no creo que sea el momento de empezar a hacerlo. Así que pienso que lo mejor será esperar. Si acaso hay alguna suerte de símbolos o señales en el aire no estoy en condiciones para leerlos. Por ahora sólo toco una guitarra acústica.

A mediados de febrero aparece de nuevo Alfonso. Esta vez trae algo más concreto. Sucede que a finales del 2006 Federico Fong vino al D.F. a ver un asunto de negocios. Cada vez que viene nos da un gusto inmenso, como su persona, la posibilidad de verlo. Así que hicimos arreglos para juntarnos los tres a cenar. Al calor de algunos brindis pre-navideños jugamos con la posibilidad de hacer un grupo entre los tres, siempre hay esas ganas de tocar otra vez juntos. Cuando salieron de La Barranca sé que fue con verdadero pesar. Pero la relación personal se mantuvo intacta, así que siempre hay ese coqueteo, esas ganas de tocar de nuevo. Esta vez decimos que sería un grupo anónimo, con algunos otros músicos, y que tocaríamos sólo canciones de amor. Nos divertimos diciendo que sería una onda medio country. Incluso nos inventamos unos seudónimos y al final quedamos de mandarnos cosas para trabajarlas. Yo digo que tengo algunas canciones por ahí, viejas, que tal vez se pueden prestar para esto.

Y casi lo había olvidado, pero ahora esta aquí Alfonso para trabajar concretamente en esa idea. Pienso que no implica gran cosa: las canciones ya están hechas. Al menos eso creo. Pero, de entrada, mis viejos demos le parecen horribles a Alfonso y propone hacerlos de nuevo para enviárselos a Fong. Quizá tiene razón. Después de todo, algunos de esos demos los hice hace 15 años o algo así. ¡No existían ni siquiera el Acid o el Protools! Tal vez al menos podemos rescatar las canciones.

La primera que trabajamos se llama Presagio y es una cosa que tengo desde los inicios de Sangre Asteka. La tocábamos en vivo pero nunca la grabamos cuando hicimos el disco. Es una de esas canciones que por alguna razón guardas ahí por años: hay algo en ella que te gusta, pero…

La idea con André es hacer un demo muy simple para Fong: sólo una guitarra acústica y un patrón percutivo. Alfonso cambia el ritmo que proponía el demo y la canción adquiere un carácter más soul. Mientras la grabamos (en el Acid, por supuesto) me doy cuenta del problema que tiene desde hace 15 años: le falta un coro ¿Cómo es posible que antes no me diera cuenta? Este descubrimiento me intriga. Pronto encontramos la parte que le falta y se la ensamblamos. Así, una estructura de 1989 se resuelve con un coro del 2007. Pero es justo esa sensación, la emoción intransferible de resolver una canción, la que me maravilla y me llena de endorfinas.

Con ese ánimo hacemos los nuevos demos de unas tres canciones más. Trabajamos rápido y enfocados. Nos gusta lograr una simplicidad extrema: sólo acordes, ritmo y melodía.

Entusiasmados se las mandamos a Fong. Y esperamos una respuesta que (entonces no lo sabemos) nunca llegará.

Pero el ejercicio me ha despertado de nuevo una ambición: la de hacer canciones. Y, sobre todo, la de terminarlas.

Febrilmente me vuelco a revisar las cosas que tengo por ahí guardadas, en diferentes estados de terminación. Veo que hay un montón, como para sumergirme un buen rato. Me acuerdo que incluso tengo una canción nueva que casi está terminada. Se llama San Miguel y la estrené la última vez que La Barranca tocó en Zapopan. La había hecho la noche anterior, casi de un sólo golpe. Pero me latió tocarla, aunque no estuviera totalmente terminada. Como esa prenda que intencionalmente olvidamos en algún sitio para tener que regresar a él.

No sé cuantos secretos guarda la música. Así como ciertos artistas tardan años en revelársenos, ciertas frases de algunas canciones pueden tardar años en ser comprendidas cabalmente. No su intención semántica o su significado, sino la posibilidad de revivir verdaderamente la situación que lleva al autor a decir tal cosa. O mejor aún, la posibilidad de hacer esas frases verdaderamente nuestras, para una circunstancia personal, incluso si ésta no tiene nada que ver con la intención original del autor. Pienso en esto mientras escucho otra canción brasileña que dice algo como:

Jamás pensé
que componer una canción
fuera para mi
tan desesperadamente necesario.

En la canción el protagonista está en un cuarto de hotel del otro lado del Atlántico. Intenta comunicarse a su casa y no puede hacerlo: no se entiende con la operadora, las líneas fallan. Decide entonces hacer una canción.
Yo no estoy del otro lado del océano. O quien sabe. Pero siento esa necesidad.

Sé que tengo que trabajar en esto y ver qué es lo que la música me dice. Si acaso hay respuestas ahí van a estar. Es la única brújula que poseo por el momento.

Lo que me gusta en la música es encontrar esas soluciones, la lógica dentro del caos. Quizá encontrar ahí un orden que en el resto de mi vida no se manifiesta. Para Picasso, cada cuadro era la solución a un problema específico, un problema pictórico. Las canciones son así y me gustaría saber como se resuelven. No sé cuántas he hecho pero lo cierto es que aun no tengo una fórmula. Acaso porque no la hay.

Me regalan un libro fabuloso, se llama Songwriters on Songwriting. En él varios autores hablan de su proceso creativo. Lo que hace chido al libro son justamente los autores entrevistados: Bob Dylan, Leonard Cohen, Brian Wilson. Sé que no estoy a la altura de ninguno de ellos, pero no por eso deja de interesarme lo que cuentan. Cohen dice que puede trabajar una canción durante años, a veces hace varias versiones de la misma, totalmente diferentes entre sí. Dylan habla de cosas metafísicas, como sus canciones, y es difícil sacar algo en claro. Habla de pensamientos buenos y malos y luego dice que lo importante es deshacerse de ambos. Entrar en una especie de inconciencia. También afirma que es más importante dar que tomar. Lennon por otro lado, decía que componer era juntar pedazos de cosas disímbolas. McCartney no dice nada, sólo lo hace. Chrissie Hynde, de los Pretenders, dice que es necesario estar encerrado en un cuarto, sintiéndote miserable hasta el punto de arrastrarte por el piso. Entonces tal vez algo pueda surgir.

Al leer todos estos testimonios puedo relacionarme con ellos. He pasado por ahí. Pero lo que queda claro es que nadie sabe a ciencia cierta como escribe: no hay reglas. Y eso es lo que lo hace enormemente atractivo.

Para entonces yo he juntado varias ideas y trabajo en ellas simultáneamente. Eso es lo que funciona para mí: tener varias alternativas, como órganos palpitantes que me demandan atención. Avanzo un poco a una pieza, luego a otra. Las siento como una familia de gatos a los que tienes que alimentar.

Alguna suerte de disciplina se deriva de ahí. Y trabajo en eso mientras esperamos la respuesta de Fong a los demos que le enviamos. Una respuesta que tarda en llegar.

Las ideas que he escogido son muy diversas entre si. Me gusta ese eclecticismo. Hay canciones que tienen aspiraciones u orígenes country, techno, samba, rock. Me gusta que haya varios colores aunque al final todas acaben sonando a mi mismo. Uno empieza haciendo una canción con la idea de que sea de tal o cual tipo, pero en el camino la canción decide por si misma y acaba siendo lo que tiene que ser. Mejor. Una cosa que diferencia a éstas es que todas me llevan a buscar otras formas de cantar. Quizá ese sea el común denominador. Lo importante ahora, lo que me motiva, es irlas resolviendo, encontrarles su solución. Ya sea en un acorde, en una palabra, en una nota, en un compás.

A finales de febrero llega un correo de Fong. Trae un archivo MP3. Pero no, no es la respuesta que estábamos esperando Alfonso y yo. No tiene nada que ver con los demos que le enviamos; Federico los ha ignorado por completo. Lo que manda es una canción que recién compuso, una canción con piano. Me pide que la escuche y que, si me late, le ponga una letra. Abro el archivo y lo escucho con atención; hace años que no me envía algo así.

Por las bocinas surge una música totalmente acabada, una canción con partes, cimas y valles que me reconecta con la musicalidad de Fong. Me puedo identificar totalmente con ella. Me siento verdaderamente sorprendido al darme cuenta de que Federico ha seguido creciendo en la música. La canción me sugiere tantas cosas concretas, que para la tercer oída ya tengo algunas ideas.

Cuando André la escucha también le gusta mucho y ambos decimos: ¡hay que traer a Fong!

La rola tiene un ambiente espacial, galáctico; sutilmente melancólico. Se sostiene con el puro piano, podría no necesitar nada más. Casi en automático me pongo a escribir la letra que escucho contenida en ella. Habla de las estrellas y de los soles que en este momento están naciendo en alguna parte del universo. Más bien transcribo. Pero la rola me obliga también a buscar una forma diferente de cantar. La llamamos Nueva Vida y en cuanto está lista se la envío de regreso a Fong. Al rato me llama para decirme que le gusta el resultado.

De repente tenemos una canción nueva. Es decir, una solución. Y por lo tanto una respuesta.

Sé que se unirá a la familia de gatos que exigen alimento, aunque ésta ya está casi formada. Pero algo esta diciendo y tengo que escucharlo.

Y también sé que por ahora ya he escrito demasiado; mejor será continuar escribiendo esta bitácora retrospectiva más adelante. Por lo pronto es bueno recordar que, justamente hace 12 años, André, Fong y yo nos subíamos a un escenario en el segundo piso de un edificio del Centro de la Ciudad de México, para tocar por primera vez como La Barranca. Atrás de nosotros había un puñado de canciones medio resueltas y una manta de Joel Rendón. Adelante, sólo lo que nos permitía ver el corazón. Exactamente igual que ahora. En un cierto sentido, uno siempre está empezando. Aunque ahora el punto de partida es enteramente diferente; y me alegro mucho por ello.

JM

Todos los derechos reservados - LaBarranca