Fragor

La Banda Sinfónica Municipal es una tradición que se entrelaza con la ciudad de Aguascalientes desde hace 128 años.  Esta tradición tiene un sonido propio, un sonido definido no sólo por su dotación particular (puros instrumentos de aliento), sino también por sus historias.

Los músicos llegan a la Banda desde diferentes puntos. Muchos son de aquí de Aguas, pero otros vienen de otros estados o, incluso, desde Rusia.  La historia de la Banda, naturalmente, se forma también con las historias personales de estos músicos. Tal es el caso del maestro Ismael Rodríguez, su actual Director. El maestro Rodríguez me cuenta que llegó a la Banda llevado por su padre, que ya era músico de la misma, cuando tenía apenas catorce años. Su primera responsabilidad fue la tarola, la cual tocó hasta concluir sus estudios musicales. Se especializó entonces en el clarinete, y continuó tocándolo hasta que fue designado como Director Musical de la Banda, hace 20 años. Sucedió en este puesto a quien fuera su maestro de música, por eso su historia está ligada a la de la Banda.

Junto con ésta hay otras 42 historias más, de los músicos que la integran. Algunas más breves, algunas más simples, pero al fin y al cabo 42 historias que se entretejen y que definen un sonido, definen un aliento. Porque si bien es cierto que la Banda es una institución, también es cierto que es un organismo vivo, con una personalidad específica. La Banda puede tocar piezas del repertorio popular tradicional, del repertorio clásico, o incluso una canción de José Manuel Aguilera, pero siempre sonará a la Banda Sinfónica de Aguascalientes.

Ahora bien, lo que estamos haciendo aquí es un experimento. Porque la Banda puede tocar y de hecho ha tocado de todo, pero hasta ahora no había tocado rock. O más específicamente: no había tocado piezas de un músico de rock mexicano.

Esto quiere decir que la Banda también toma riesgos. Y lo que emociona es justamente que el experimento y los riesgos sean compartidos. Impulsados por Alex y Abraham, la Banda y yo nos adentramos en terrenos desconocidos para ambos

Porque cantar con la Banda también es una experiencia absolutamente nueva para mí. Acostumbrado a la sonoridad de La Barranca, a su pulso eléctrico, al ritmo marcado de la batería,  entrar en el estruendo de la Banda es como caminar por un paisaje inexplorado. Las canciones están ahí y se reconocen, por supuesto. Pero el mundo que proponen es otro: a veces sutil, a veces totalmente explosivo.

El trabajo de los arreglistas, Alex Vázquez y los hermanos Fernando y Carlos Calvillo (flauta piccolo y saxofón, respectivamente), cubre un terreno de posibilidades bastante amplio. Algunas canciones se han ido al sonido tradicional de la banda; en otras, la banda se ha aproximado a la sonoridad original de las canciones; y en un tercer grupo, banda y canciones se han proyectado a terrenos no imaginados.

En cada ensayo vamos descubriendo cosas nuevas. Los planos y las dinámicas se aclaran cada vez más, las canciones van mostrando su nueva forma con mayor contundencia.

En la mañana, las primeras en llegar son las clarinetistas Lidia y Socorro Esqueda. Desenfundan sus instrumentos y entablan con ellos una especie de dialogo de pájaros muy divertido. Luego llega uno de los trombonistas, y genera por su cuenta largas notas con el émbolo. Poco a poco se van sumando los demás: saxofones, trompetas, flautas, tubas. Cada uno emite sonidos propios, inconexos; sonidos de aves y animales. Forman una cacofonía fragorosa, salpicada también de explosiones percusivas. Al rato llega el maestro Ismael y todos nos afinamos en Si bemol (que para mí resulta inusual). Abren después sus partituras y empiezan a tocar el arreglo. Entonces, el fragor cobra sentido.

JM

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