El asunto de las postales
Hace ya varios años que habilitamos este sistema con la idea de comentar, para quien le interese, cosas en torno a La Barranca, o más concretamente, en torno a los procesos de La Barranca; de una manera informal, unilateral y esporádica. Con el paso del tiempo, las Postales se han convertido en una función concreta dentro de la página de La Barranca que, además, ha generado su propio “publico?.

No he querido que esto se convierta en una responsabilidad rigurosa y periódica. En gran parte porque rehuyo las responsabilidades en general, pero también porque me parece que parte del chiste es justamente mantener ese carácter eventual de las postales: durante un viaje uno escribe una postal cuando tiene ganas de comentar algo o cuando hay algo que decir. Hacerlo de manera cotidiana y sistemática constituye más bien un diario.

En lo personal, me resulta más atractivo escribir en torno a los procesos que tienen que ver con un disco que respecto a otras cosas. No que los conciertos no tengan nada de comentar pero, en primer lugar, el ritmo de los mismos, los traslados, viajes, montajes, etc, dan menos chance de sentarse a escribir y, por otro lado, al menos para mi, las horas vividas durante un concierto son más similares a las del sueño que a las de la vigilia: suceden un montón de cosas, imágenes y emociones, pero son difíciles de asir.

Cuando iniciamos el rediseño de la página para que incorporara lo relativo a El Fluir, suspendimos las actualizaciones a la página anterior, incluyendo las Postales. Esto fue porque, como habrán notado quienes lean esto, no sólo cambiamos la imagen de la página sino también la programación y las herramientas. Concretamente para las Postales estamos usando ahora otro mecanismo.

Esto interrumpió los comentarios en torno a El Fluir, una serie de postales que a su vez forman una gran postal relacionada con este disco. Pero había varias ya escritas que continuaban lo iniciado el 20 de enero del 2005. Ahora es el momento de subirlas y concluir así todo lo relacionado con la gestación, grabación y edición del disco. Y se puede leer como un todo. De atrás para adelante, iniciando con la fecha que cité arriba.

Finalmente, una aclaración para varios que me lo han preguntado: el bacanora es un tipo de mezcal que se produce (y se bebe) en Sonora.

Digamos con el: ¡ salud !

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Marzo 2005

Habitar en la República de las Canciones implica moverse en un mundo paralelo, uno muy cercano a éste pero que flota unos cuantos centímetros por encima. Ahí lo importante es la duración de un acorde, el sonido de un tambor, el tiempo en el que cae una nota de bajo. En la República de las Canciones uno habita construcciones abstractas que, a fuerza de sumergirse en ellas durante horas, van cobrando materia. Pronto uno empieza a moverse con total familiaridad dentro de ellas, conociendo su estructura interna de memoria, reconociendo cada uno de sus pasajes y de sus partes. Como si fueran los andamios de edificios en construcción por donde uno camina. Es posible incluso hacer citas: nos vemos a las 5:00pm en la parte C.

Entonces, discutir por horas sobre cualquiera de sus elementos: una nota de un solo, un redoble. O más aún: una palabra, un sinónimo, una imagen, o las infinitas posibilidades de fraseo de una silaba para que produzca la musicalidad deseada.

El proceso que inició casi inocentemente, misteriosamente, con el advenimiento de las canciones, ahora se ha transformado en una actividad que consume todas las horas de vigilia. Y también las de insomnio. Claro, hay algo emocionante, sorprendente incluso en el hecho de hacer una canción. Pero uno empieza a enfrentarse a ellas en realidad cuando se presentan en la noche y nos roban el sueño. Ahí es cuando uno sabe lo que significa hacerlas; cuando una frase se niega a abandonarte por horas, cuando una duda se niega a resolverse, cuando tus sueños se pueblan de canciones y alejan toda otra posibilidad de pensamiento. Cuando uno habla canciones, sueña canciones, vive canciones, ve canciones, discute canciones entonces realmente puedes decir que las estas haciendo. Y el proceso de un disco, infaliblemente, te conduce ahí.

Y ahí habitamos nosotros desde hace cuatro meses. Conforme avanzamos, nuestra relación con las canciones se hace más estrecha en la misma medida que nuestra relación con el mundo de la cotidianeidad se hace más difusa. Y sin embargo nuestra misión es justamente volver ahí: volver ahí pero con unas canciones que antes no existían, que antes no eran parte de esa realidad. Por el momento se encuentran disectadas, expuestas en sus más mínimos detalles, en una visión casi quirúrgica. Lo que tenemos que hacer es materializarlas de la mejor manera posible para llevarlas de regreso allá.

***

La segunda escala de la grabación es San �?ngel, en el sur de la ciudad de México. Ahí continuamos después de Monterrey. Tras estar en el estudio más cabrón de México nos encontramos ahora en una casa, en una instalación móvil que nada tiene de profesional y si mucho de casero: un estudio ambulante. Los únicos acondicionamientos acústicos que hemos hecho es mover algunos muebles, poner algunas cortinas, subir los amplis a la azotea. Prender copal por supuesto. Hemos tomado más precauciones por el lado de la prevención de alergias, para evitar que los gatos de Chema asfixien a nuestro ingeniero, quien opera en la sala frente a unos monitores. Pero lo que venimos a hacer aquí no requiere de mayor sofisticación, es concluir algunas guitarras que faltaron en El Cielo, hacer algunos efectos y doblajes y el estudio ambulante satisface plenamente esa necesidad. Para ello trabajamos Alex y yo por turnos. Mientras uno graba, el otro busca ideas o se desaparece. La sala está tomada por las guitarras y el vecino de al lado alucina ya el volumen demencial de los amplis en la azotea. Pero no nos vamos a tardar mucho.

Lo que tenemos que grabar está claro, ya sabemos por donde va. Las partes se graban sin mayores contratiempos, si acaso los que la parte en si plantea. Los arpegios delicados son mucho más difíciles que los solos desquiciados, al menos para mí. Creo que lo más significativo de esta escala es darle vida a Hendrix. Esta canción es la que ha pasado por cambios y versiones más radicales. En un principio era sólo un riff (hendrixiano, obviamente) con una melodía para voz. Luego, en el demo, fue una de las que más entusiasmo despertó. Pero al tratar de montarla cada vez nos gustaba menos. Hicimos mil cambios a la estructura y al arreglo y llegó un momento en que estuvimos a punto de abandonarla. Unos días antes de partir al Cielo, casi al final del último ensayo, encontramos otra manera de tocarla: era la antítesis de lo que habíamos estado intentando. Todo lo que teníamos se desechó y llegamos a lo más simple, que era la voz y los acordes originales. Sobre eso construimos, en minutos, un arreglo minimal que a todos nos sorprendió por la naturalidad con que surgió, después de haber estado buscando por tantos caminos equivocados. Esa idea fue la que grabamos en Monterrey pero aun faltaba darle cuerpo, ver si en verdad funcionaba ya que sólo la habíamos tocado un par de veces en el ensayo antes de irnos. En San �?ngel, Alex y yo intentamos primero una cama de notas continuas y largas, un colchón armónico donde descansara todo lo demás. Casi en cuanto la terminamos fue desechada. Volvimos a lo que teníamos originalmente y conforme íbamos construyendo cada sección la canción se nos revelaba.

La parte que me faltaba del coro la encontré a unos metros de ahí, una tarde que llegué antes que los demás y no podía entrar a la casa. Ya Chema me había recomendado visitar ese parque que está a la vuelta, y en ese momento me encaminé hacia allá para hacer tiempo en lo que volvían los demás. La canción ya andaba enredada en mi cabeza desde hacía días y en cuanto entre al parque (efectivamente muy chingón y lópez-velardiano) apareció frente a mis ojos la frase que necesitaba, como mandada a hacer. O a lo mejor nos estaba esperando ahí desde hacía 100 años.
Como suspendido en el tiempo, el parque resultó ser un paraje más de la República de las Canciones. En los días subsecuentes habría de volver ahí varias veces.

Esa misma tarde grabé una voz guía y la canción adquirió de pronto, tras su tortuoso recorrido, su redondez total. Ahora es de las que más me gustan.

Después de una semana más la música estaba concluida, el vecino desesperado y la casa hecha un desmadre.

La siguiente etapa del proceso eran las voces. Nuestro plan original era mover una vez más el comando, esta vez hacia Veracruz. Habíamos conseguido allá una casa cercana al mar que a mi me parecía lo más conveniente. Me moría de ganas, de hecho, por hacerlo allá. Pero a última hora resultó que la casa no iba a funcionar por cuestiones de acústica, al parecer los cuartos eran demasiado brillantes. Tuvimos que buscar entonces otra locación. Las opciones eran Huitzilac o Yautepec, en Morelos. Solo que en Huitzilac por esas fechas aun hace demasiado frío, llueve todo el tiempo; no lo más indicado para estar cantando. Nos decidimos entonces por Yautepec y su promesa de un eterno clima templado.

Había dos días de descanso. Pero yo me había quedado con la idea de Veracruz. Me faltaba una palabra y pensaba que podía encontrarla ahí.

Pasé la noche en Veracruz y caminé por los malecones en la noche. Pero todo es demasiado bullicioso, demasiadas distracciones, demasiados bares y gente.

Pasado el mediodía me enfilé en el coche rumbo al sur. Todo el camino vine oyendo las mezclas previas de lo que llevamos. Que shock. Todo suena demasiado desnudo. Pero parece que todavía están ahí las rolas de las que nos enamoramos en un principio.

Llegué a las 5.00 de la tarde a Tlacotalpan, donde tomé esta pequeña habitación con balcón. Apenas me instalé y abrí una botella de vino para brindar ¿con quién? Con ustedes, claro está. Moví un poco las camas y los muebles de tal forma que ahora, mientras escribo, puedo ver el río desde mi ventana, fluyendo lentamente, como una inmensa víbora azulada.

En el Museo de Lara vi una foto que me atrapó. En ella está Agustín, impecablemente vestido como siempre, inclinándose para besar la mano de Toña La Negra en un escenario. Ella lo mira, al mismo tiempo radiante y un poco sorprendida, como si sintiera que el gesto es demasiado, inmerecido tal vez. La foto no tiene año, y aunque lo tuviera no sabría si fue tomada antes o después de Estrella Solitaria, pues desconozco también la fecha exacta de ésta grabación. Existen miles de sitios en internet con toda la información que uno quiera de Dylan, Beatles, Sinatra, los Strokes o cualquier grupo menor que acaba de surgir hace un año. Pero no he encontrado ninguno que contenga estos datos: somos un pueblo sin memoria.

Durante todo el año creo que ese fue el disco que más escuché, y lo compartí mucho con todos los demás. A Chema le quemé una copia y con Alonso lo oímos varias veces en el coche. Lo oíamos también en El Cielo. Es un disco de puras canciones de Agustín, impecable y hermoso. Los músicos tocan en vivo (como se hacía entonces, obviamente) y en ese sentido se emparenta con El Fluir. Los arreglos son brillantes y modernos; incluso demasiado modernos. Encima de todo, flota la voz portentosa de Toña, una presencia colosal como surgida de en medio del mar, capaz de aglutinar en una sola frase todas las emociones humanas. ¿Quién puede ahora cantar como ella, quien heredó su tradición? Nadie.
Escuchando este disco no dejo de experimentar, en un sentido, la misma sensación que experimente hace unos meses frente a las ruinas de Yaxchilán: la de contemplar un pasado esplendoroso que se va perdiendo entre la niebla.

Entonces, hay una mirada hacia allá pero no como nostalgia, sino como reconocimiento, como invocación. Saber que, pese a la globarbarización, también eso somos.

Zafiro en el fondo es una especie de son. Lo que hubiéramos hecho en otro momento habría sido llamar a un pianista, un percusionista, quizá un violín e intentar recrear ese sonido. Pero esta vez decidimos encararlo sólo con las guitarras eléctricas, el bajo y la batería. Puede ser que los elementos del son ya queden muy asimilados, difuminados, pero ahí están, en el fondo. Hay al menos otro par de canciones con este tipo de semilla.

En la noche salí a caminar de nuevo, pero esta vez las calles están desiertas. Sólo llega la música distante de un bar y de dos o tres discos de música electrónica de la peor clase, una suerte de reggeton que atrae a los adolescentes del lugar. El clima, por su parte, es perfecto. Después de un rato encuentro la frase que andaba buscando y sin pensarlo dos veces, me decido por el bar, antes de que cierren.

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El objetivo en Yautepec es claro y simple: darle a la voz el lugar que le corresponde. Es algo que discutimos desde que terminamos Cielo Protector. Por alguna razón, auto sabotaje quizás, normalmente grabamos la voz no sólo al final sino con cierta prisa y apremio, como si fuese un último trámite que hay que cubrir para terminar un disco. Esta vez decidimos que tenía que ser diferente. Las mismas canciones de El Fluir y la manera de grabarlas ya presuponen otro plano de participación. Por eso era necesario buscar un espacio y un tiempo para hacerlo con la congruencia requerida.

La casa de Yautepec es una casa típica de fin de semana, con alberca y demás. En un rincón de la sala hemos construido una pequeña cabina acústica de no más de un metro cuadrado, apilando colchones y cobertores. Dentro está el micrófono.

Durante una semana desarrollamos una rutina de alta concentración y pocas excursiones al exterior, si acaso para comer. Por las mañanas hacemos ajustes a los textos y buscamos palabras específicas para redondear las ideas. Por las tardes me siento como una especie de boxeador a punto de subir al ring. Trato de alejar de mi mente cualquier pensamiento que no tenga que ver con las emociones de la canción en turno. Si trajese una bata seguramente haría algunos rounds de sombra para calentar. Cuando llega la noche me dirijo a la cabina/ring totalmente concentrado y canto frente al micrófono, sin ver nada, como si las palabras fueran los golpes que determinan el resultado de la pelea.

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La noche final se prolonga casi hasta el amanecer. Tras concluir las voces, los Arreola, Alex, Del Aguila y yo discutimos en la cocina ideas sobre el orden de las rolas, surgen títulos absurdos de última hora, Chema empieza a hacer sus versiones de las letras. Tras los días de encierro hay ahora desatada una gran energía que parece poner en movimiento los muebles de la casa.

Pero creo que lo que inunda todo en realidad es la sensación extraordinaria de saber que hemos concluido, saber que ya tenemos un disco nuevo de La Barranca. Y sólo nos falta la portada.

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Conocimos a Claudia junto con Fernando Rivera en un tokin matutino de La Barranca en las instalaciones del Centro Nacional de las Artes. En la tienda de campaña improvisada como camerino nos saludamos después del concierto y Fernando me entregó una copia del primer disco de Monocordio. El disco lo oiría después con calma y me gustó mucho pero lo que de entrada me llamó la atención fue la portada. Hasta después asociaría que Claudia era la autora de la misma.

Vimos después los trabajos que había hecho para el Palomazo Informativo, que también nos gustaron mucho, y empezamos a contemplar la posibilidad de hacer algo con ella. Cuando llegó la hora de El Fluir les planteamos la idea a tres diseñadores cercanos a la banda para que nos hicieran una propuesta de portada. Claudia llegó con la sugerencia de un poster de un bordado con hilos de colores (en realidad un boceto a lápiz) y sentimos que era lo más cercano a la idea que el propio disco quería transmitir. Mientras nosotros íbamos terminando las mezclas de cada rola, en el Estudio 19, le pasábamos a Claudia los avances del disco. Con esto como música de fondo ella realizó el bordado a mano, siguiendo una técnica similar a la que emplean los huicholes para sus cuadros del hikuri. Cuando lo vimos finalmente terminado nos maravillamos: era la representación plástica de El Fluir. Para el reverso del poster decidió utilizar una foto que tomó Roberto canales durante la grabación en El Cielo. La foto se hizo en un puente que está justo enfrente del estudio y que en Monterrey llaman El Atirantado, por la estructura de cables que lo sostiene. Salimos apenas diez minutos del estudio pues estábamos en medio de alguna toma y además afuera hacía un frío del carajo. Por último, para la charola del CD decidimos poner una foto de El Changuito. Los colores de Claudia coincidían afortunadamente con los de él, pese a que cuando hizo su propuesta no lo había visto. Pensamos que debía estar ahí, pues después de todo nos había acompañado durante toda la grabación, incluso en San Angel y Yautepec y fue él el primer objeto que pusimos en nuestro altarcito en El Cielo antes de prender el copal. Y quien sabe, acaso más que un simple amuleto, El Changuito sea el verdadero espíritu de El Fluir.

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