San Miguel Arcángel
Estábamos buscando una escenografía para los conciertos del Fluir Total. No queríamos recurrir a las imágenes amplificadas del bordado de Claudia porque, aunque eran las más apropiadas, ya las habíamos utilizado hacía un año justamente ahí, en El Lunario. Queríamos también darle una imagen distintiva a estos conciertos, en los que presentaríamos juntas las vertientes eléctrica y acústica de La Barranca. Sabíamos además que, de cualquier manera, se necesitaba algo para vestir el escenario, que de otra forma quedaría muy austero.

Me imaginaba, vagamente, una especie de paisaje al alto contraste, que sirviese como fondo para lo que íbamos a hacer en el escenario. Este paisaje naturalmente luciría más en la parte acústica, cuando íbamos a estar sentados. Revisé algunos libros de imágenes pero no encontré, de entrada, nada que me convenciera. Alejandro me llamó entonces para sugerir a Joel Rendón, incluso, me dijo, podríamos plantearle que hiciera algo en vivo, tipo action painting, tal y como lo había hecho un par de años atrás con motivo de la inauguración de una muestra de sus grabados en La Pirámide. Aquella vez Joel realizó, en el momento, la imagen de un tolteca a grandes trazos sobre un lienzo de papel, mientras los de La Barranca, delante de él, tocábamos una versión expandida de Cómo si fuera tolteca. Precisamente.

La sugerencia de Joel (¡claro!) no sólo era acertada sino natural. Después de todo, la primera vez que La Barranca se presentó en vivo, hace 11 años, en el extinto Bar Mata del centro de la Ciudad de México, fue justamente con una escenografía de Joel Rendón (entre el público estaban Jaime López, el fotógrafo Fernando Aceves, el periodista David Cortés, el Dr. Fanatik, Saúl Hernández y el propio Joel).

Ya he contado varias veces la anécdota de cómo nos conectamos con Joel, buscando la imagen de un poster para esas tocadas en el Mata. En un principio, viendo sólo sus estampas en un libro, Fong, André y yo creímos que Joel era un grabador ya fallecido, de principios del siglo XX o algo así. Finalmente resultó que era de carne y hueso (o al menos lo parece), así que lo contactamos personalmente. Desde ahí se estableció una cercanísima relación entre él y La Barranca, por una serie de coincidencias artísticas y temporales, que a lo largo de los años ha arrojado muchos frutos. No sólo las imágenes que aparecen en las portadas del Fuego de la Noche, Tempestad y Denzura, sino muchas otras cosas más.

El caso es que, atendiendo a la buena idea de Alejandro, le llamé a Joel y le platiqué muy rápidamente lo que buscábamos. No mencioné siquiera que tipo de concierto iba a ser, ni que eran las últimas presentaciones del año. El sólo me preguntó el nombre del evento. El Fluir Total, le dije. Joel, como siempre, se mostró interesado. Había dos posibilidades: la del action painting, que a todos nos prendía a pesar de que, en ese momento, no contábamos con información precisa de las dimensiones y disposición del escenario, por lo que había ciertas dudas; y otra posibilidad, más a la segura, que era simplemente recurrir a una imagen del vasto catálogo de Joel, una que se prestara para el evento, y mandarla amplificar. Quedamos en que la iba a pensar.

Un par de días después (y el tiempo era apremiante pues la fecha del Lunario se acercaba) me llamó Joel y me citó en su taller del centro, para que discutiéramos las opciones. El taller esta justamente en el Museo de la Ciudad de México, donde (que curioso, que coincidencia) Alonso, Chema, Alejandro y yo tocamos por primera vez juntos cinco años atrás, en una presentación de Yendo al cine solo.

Joel había coqueteado, por un lado, con la idea del action-painting, incluso sugería llevar una modelo. Se suponía que él estamparía sellos sobre ella, sobre su cuerpo desnudo, mientras nosotros tocábamos. No estaba mal. La chava incluso hacía malabarismos con fuego, planteó Joel. ¿Fuego? Yo no estaba seguro de que el espacio en el escenario y las condiciones del evento se prestaran para la pirotecnia. Pero había además otro problema más grave: la modelo y Joel no podrían ir a Guadalajara, por lo que de cualquier manera tendríamos que hacer otra cosa para resolver la escenografía allá. Sin darle muchas vueltas descartamos lo de la modelo y nos fuimos por la opción más segura: buscar una imagen existente.

Joel traía un par de carpetas de grabados y los revisamos rápidamente. Había varias que a mi me gustaron, claro. Pero él no estaba convencido. ¿Por qué? le pregunté. Por la técnica, me dijo; esta onda del fluir total me sugiere un trazo más libre, con más movimiento. Me enseñó un grabado reciente, que había hecho con ese principio del que hablaba. Estaba increíble y entendí lo que quería decir, parecía en verdad tener más movimiento. Lamentablemente esa imagen era vertical, y para la escenografía requeríamos algo horizontal. Pus hay que hacer una nueva, dijo Joel, no hay de otra. Sólo que faltan cuatro días para el tokin Joel, y hay que considerar un día y medio de impresión ¿tu crees que la tengas lista para el miércoles? A lo mejor si, quien sabe, me contestó, soltando una risita.

No quise irme de ahí sin acordar que, de no terminar la imagen, usaríamos una de las existentes como plan de contingencia. Llamamos al impresor y lo citamos para el miércoles al medio día. Joel se dirigió a continuar su clase, pero era claro que estaba entusiasmado con la idea de hacer algo nuevo. Yo me quedé unos minutos más en el patio del museo.

El martes en la tarde me llamó Joel. ¿Ya la tienes?, le pregunté inmediatamente. No, me dijo, pero ya la vi. Se oía contento. Luego agregó, a manera de explicación: Eso era lo difícil, verla, ahora sólo es cuestión de hacerla; le voy a echar talacha al grabado hoy en la noche y nos vemos mañana como quedamos. Colgamos. No se me ocurrió preguntarle qué era. Después me quedé pensando que nunca había cuestionado a Joel acerca de sus interpretaciones visuales para las músicas de La Barranca, y que sin embargo, éstas siempre habían sido muy acertadas. Así que confiaba totalmente en él. Y estaba seguro que los demás también.

Y ahora que lo pienso, la relación con Joel ha sido, desde siempre, más bien de carácter intuitivo, vivencial. Jamás ha habido demasiadas teorizaciones ni choros al respecto de nuestros trabajos. Excepto cuando ha habido mezcales de por medio, lo cual implica que esas teorizaciones ya se han olvidado al otro día.

Llegué el miércoles a la cita. El impresor Enrique Betancourt y Joel ya estaban ahí, éste con visibles trazas de no haber dormido en toda la noche. A ver pues, qué tenemos. Joel sacó un rollito como de tela de seda, de unos 15 x 45 centímetros. Ahí venía impreso, en blanco y negro, el grabado que había estado haciendo toda la noche. Lo desenrolló sobre la mesa y la imagen que apareció me dejó casi sin palabras. En primer lugar porque representaba a un ángel; un arcángel de hecho. Uno se imagina a Joel haciendo calaveras, víboras, cactos. Nunca le había visto un ángel. Pero aparte de eso, la imagen en sí era espectacular y llena de un misticismo que de alguna manera me sacudió. El grabado en realidad representa, como imagen central, a un imponente San Miguel Arcángel, quien con su espada flamigera se enfrenta a una feroz serpiente, destruyendo columnas y edificios en el combate. A su lado derecho hay un niño (con rasgos indígenas) que parece estar muy concentrado construyendo una pirámide o algo así. En su construcción parece utilizar incluso piezas que quedan de la devastación que provoca el Arcángel en su pelea. A su izquierda aparece la figura de una mujer, desnuda, de espaldas, lo que le imprime cierta serenidad a la escena de la batalla. El paisaje en si es ominoso, de cielos oscuros y montañas cerradas. Y vemos por ahí un águila que lo sobrevuela.

Yo sabía que San Miguel Arcángel no era precisamente un angelito de la guarda. Es en realidad un guerrero, un General que, en la imaginería católica, comanda los ejércitos celestiales. Ni más ni menos. Su misión fue enfrentar al demonio y vencerlo, expulsándolo del paraíso. Según la tradición, San Miguel logró la victoria tras un terrible combate. El arma con que se representa al San Miguel suele ser precisamente una espada flamigera o a veces una lanza. (Aunque hay una representación, allá por Cacaxtla -que buenos murales, se los recomiendo- en la que en vez de espada el San Miguel trae unas ramas de pirú, como esas con las que se hacen las limpias). El demonio suele representarse como un dragón; y normalmente estas escenas son muy sangrientas, hasta el extremo gore.

En San Miguel de Allende, Guanajuato -donde yo pasé muchos veranos en la infancia, gracias a unos tíos que poseían una magnifica casa colonial con alberca a un lado de la Plaza de Toros- la imagen del San Miguel, con su coraza celestial y su espada, era veneradísima y siempre me resultó impactante. De las muchas imágenes católicas que adornaban los corredores oscuros de esa casa antigua, las cuales en su mayoría me provocaban miedo, la del San Miguel, a pesar de lo sangrienta, resultaba de alguna manera reconfortante: a fin de cuentas, él le ganaba al diablo.

¿Cómo la ves?, me preguntó Joel. Después de un buen rato le dije, nombre, está pocamadre. La verdad es que, aun sin entenderla del todo, no podía dejar de ver la imagen. El impresor Enrique me sacó de mis pensamientos con cuestiones de índole práctica: tamaños, materiales, tiempos de entrega, precios. Acordamos todo rápidamente y él se despidió. Tenía que chingarle también por su cuenta si queríamos que entregara la escenografía al otro día.

Nos quedamos solos Rendón y yo y entonces, por una vez, le dije: ahora si, explícame porqué hiciste esto. Lo que sigue a continuación es lo que Joel me dijo:

San Miguel fue uno de los primeros iconos cristianos que se sincretizaron con los dioses prehispánicos de los aztecas, inmediatamente después de la conquista. Así como la Tonantzin convenientemente se transformó en la Virgencita de Guadalupe, el San Miguel fue más o menos empatado con el mismísimo Huitzilopochtli, el dios de la guerra.

El caso es que San Miguel, con sus alas, su espada y su coraza celestial, caló hondo entre los mexicanos; hay muchos templos dedicados a él, especialmente en el centro del país. Su fiesta se celebra el 29 de septiembre (el día que iba a tocar La Barranca, obviamente).

San Miguel Arcángel enfrenta al demonio, al mal, o si prefieres, simplemente podemos decir lo malo. Aunque según yo, lo malo no necesariamente es siempre un enemigo externo, muchas veces puede ser interno. (el mal se esconde donde no imaginas, pensé yo). De cualquier manera, para vencerlo es necesario librar una batalla en la que, como en esas peleas de películas de artes marciales, San Miguel y su rival arrasan con todo a su paso. La batalla, inevitablemente, implica devastación y destrucción. Sin embargo, aunque dolorosa, no es una destrucción ciega, inútil, sino algo que es necesario: detectar al mal y arrancarlo, para después poder construir de nuevo, ya liberes de él. Entonces es también una especie de purificación. (Por eso a veces ponen al San Miguel con las ramas de pirú en vez de la espada).

Y por eso está ahí el niño levantando una nueva construcción, para lo cual utiliza los restos del combate; entre ellos aparece tanto una imagen de la corona (que representa a los conquistadores), como una greca (que representa a los vencidos). Porque en el fondo, la construcción nueva se hace con materiales de ambos lados y eso es lo que, a fin de cuentas, somos los mexicanos: ya no somos ni aztecas ni españoles, sino otra cosa que resultó de la mezcla entre ambos. La poderosa imagen del San Miguel Arcángel no sólo simboliza el triunfo del bien sobre el mal sino que, de alguna manera, al menos para mi, representa también la visión de los vencidos: la aceptación de un símbolo cristiano que, a fin de cuentas, resultó más poderoso que los que tenían los aztecas. Y eso todavía duele, como no. Entonces, el niño inicia la construcción, pero en base a una mezcla. Y de alguna manera, al ser niño, también sugiere el perdón. Ya es hora de aceptar todo lo que somos.

¿Y la mujer, pregunté, representa también la construcción, en este caso a través de la fertilidad? No, la mujer representa la espera. La batalla no se libra en un día, y la devastación generada por ésta puede ser profunda. Para empezar a construir de nuevo, se hace necesaria la espera.
Bueno, le pregunté al final ¿Por qué crees que se te ocurrió hacer precisamente esta imagen? Pues no se, como que quería exorcizarme o algo así, cerró Joel, riéndose.

***

El viernes al mediodía, al más puro estilo Contacto en Francia, Chema, Rodrigo y yo nos vimos con el impresor Enrique en Miguel Ángel de Quevedo, de coche a coche. Nos entregó los lienzos de la escenografía ya amplificada. Chema y yo abrimos uno ahí en la calle y se veía magnífico, así, en grandote. Se fue directo para El Lunario, donde el montaje de audio ya estaba comenzando. Ahí Rodrigo se encargó de armar toda la imagen, que está formada por 7 paneles, y para cuando llegué yo a la prueba de sonido, a eso de las 4:30, ya estaba lista. Lucía impresionante y a todos nos fascinó.

Esa noche, el 29 de septiembre del 2006, La Barranca tocó bajo la imagen de San Miguel Arcángel. Confiamos en que lo mismo habrá de suceder este 28 de octubre en Zapopan.

Los arcángeles son los únicos ángeles que no son anónimos. De entre ellos (se conocen también Rafael y Gabriel, aunque algunos escritos hablan de siete) la personalidad de Miguel es la más definida. Además, es el único arcángel militar, el único que comanda ejércitos. Según la mitología católica son varias las apariciones que ha tenido San Miguel, aparte de su enfrentamiento primigenio con el demonio. Se les ha aparecido a pastores, monjes y obispos, normalmente para indicarles que se levanten templos en su honor. Y se prevén, al menos, dos apariciones más: una en el Apocalipsis, cuando nuevamente en plan guerrero habrá de enfrentar y dar muerte al anticristo; y otra en el juicio final, cuando su misión consistirá en conducir a los muertos, cuyas almas pesará previamente con una balanza.

MICHAEL VICTORIOSUS, PRINCEPS MILITAE CAELESTIS, PUGNAT CUM DRACONE.

José Manuel

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