PROVIDENCIA III

En La Providencia hay un ángel que bebe olvidándose de sus alas. Cómo si el peso de su personaje inmaculado lo hubiese llevado al hastío. Bebe con los humanos, recordando que es a ellos, y no a dios, a quienes se debe. En La Providencia Gloria Trevi está acostada encima del Iztazíhuatl. Sus pechos de silicón apuntan meticulosamente hacia el infinito azul. Un poco de nieve seca se esparce sobre su pubis. En La Providencia el tiempo está detenido, por unos instantes, antes de su extinción total. En La Providencia imaginamos discos y portadas, letras de canciones que jamás llegamos a escribir. En La Providencia también inventamos días que finalmente se cumplen.

En una mesa de la esquina, entre pequeños vasos tequileros y un plato con limones, Gilberto me muestra diseños y colores que han ido mutando desde hace tres o cuatro meses. Las mutaciones son sutiles pues desde el principio la idea estaba bien clara. Siempre supimos que la portada tenía que ser roja. Siempre supimos que iba a estar ahí el San Miguel. Sabíamos que se llamaría igual que esta cantina y sabíamos también cuáles eran las letras con las que habríamos de escribir LABARRANCA.

El resto era esperar. Esperar mientras seguíamos todos los hilos posibles. Los conocidos y los del azar. Los que sin imaginarlo siquiera nos conducen a un alemán heavy-metalero que se encargará de los CDs y luego nos hacen toparnos con un par de ángeles insospechados. Seres en quienes confiar.

Encontrar antes a un tipo en Montreal, con la sola referencia de que hizo un master para Arcade Fire. Y confiar entonces en que hará lo mejor posible por nuestra propia Providencia, sin jamás haberle visto siquiera la cara.

Juntar entonces todas las piezas y formar un atado que arrojamos al cielo como quien lanza un boomerang: con la esperanza de que regrese mejor de cómo se fue, que regrese con una presa.

Y mientras, explicar porqué Providencia. Decir cualquier cosa para no decir lo verdaderamente obvio: que es una palabra misteriosa. Una palabra hermosa que todos usamos si saber a ciencia cierta lo que significa. Y que en ese sentido es como la propia música. No conozco hasta ahora a nadie que haya podido describir, mediante palabras, lo que provoca una canción. Y es mejor así. Pese al frío, caminando…

***

Alguna vez leí algo que decía: no sabemos si los animales pueden pensar; lo que es cierto es que pueden sentir. ¿Sentirán la música los animales?

Yo me inclino por los gatos, como otros se inclinan por los perros. Se que esta diferencia es tan irreconciliable como la que hay entre los usuarios de Mac y PC. Me gustan los gatos fundamentalmente por elegantes y por… misteriosos. Son como pequeñas panteras que (a veces) se dejan acariciar. Alguien me dijo esta otra: Dios hizo a los gatos para que el hombre supiera lo que es acariciar a un león. Algo así.

Quienes se inclinan por los perros tienen la idea de que los gatos no son cariñosos, y que no te hacen caso. Quienes hemos convivido con éstos sabemos que tal idea es falsa. La cosa es hallarles el modo.

Lalo del Águila es un tipo de la onda perro. Desde hace unos años se hacía acompañar por una pareja de diminutos canes peludos a los que trataba como gatos: Pepe y Ramona. Era usual verlo llegar con ambos al Submarino y, tras poner una reja improvisada para evitar que escaparan, dejarlos correr un rato por el jardín. Al final del día los perros estaban encima de él, mientras Lalo hacía correr por enésima vez una rola haciendo ajustes de mezcla. Esos perros oyeron las mezclas de Providencia tantas veces como nosotros, es decir, millones. Para quien no está directamente involucrado con una grabación, oír una rola más de 10 veces resulta agotador y hasta enfermizo. Me ha tocado ver a más de uno que llegan al estudio entusiasmados, curiosos por ver lo qué estamos haciendo. Y a la media hora muestran signos visibles de incomodidad y agotamiento. Simplemente no alcanzan a oír que diferencia hay entre la primera vez que escucharon una toma y la quinceava. Por ahí alguien decía también que ver a los músicos verdaderamente trabajando o ensayando es como asomarte a un manicomio: lo que hacen carece de sentido en el mundo cotidiano. Pero estos diminutos perros aguantaron las sesiones con un estoicismo (¿indiferencia, gusto?) verdaderamente admirable. Tan admirable como la relación que Del Águila tiene con ellos.

Un día uno se perdió. Alguien dejo abierta la trampa y el perro aprovechó para escaparse (son animales muy nerviosos). Del Águila se puso muy mal. Ese día estuvimos hasta media noche recorriendo todas las calles aledañas al estudio, buscando a Pepe. Pegamos carteles improvisados en los postes, chiflamos. Nunca lo vimos.

Al otro día Del Águila repitió la búsqueda; pegó más carteles, recurrió a páginas de internet. Obviamente la mezcla del disco se detuvo. De nada sirvió. Hasta ahora Pepe no ha aparecido. Quién sabe dónde estará. Queremos pensar que esta bien. Sabemos, eso si, que antes de irse escuchó Providencia cientos de veces.

Lua llegó conmigo a mediados de septiembre del 2006. Un día antes yo había tocado en el foro Alicia con los Jaguares, para celebrar su décimo aniversario. Lua tenía apenas dos meses y yo dos años ya sin tener gatos. Fue su color, gris oscuro, el que me hizo llamarla Lua, que es luna en portugués.

Como suele suceder con mis gatos, pronto Lua encontró el camino al estudio. Al principio, como estaba chiquita, se dedicaba a morder mis cables, a tirar mis discos, a mordisquear mis zapatos. Yo la ignoraba. Solo cuando era mucho su desmadre pegaba un grito que la hacía salir huyendo en alta velocidad. Después se acostumbró. Solía entrar por la ventana, la cual yo tenía que abrirle pacientemente cuando me maullaba. Luego se acurrucaba cerca de mí.

Y ahí estuvo horas, oyéndome hacer las canciones de Providencia: repetir una vuelta de acordes setecientas veces, quedarme media hora viendo por la ventana…actividades sin sentido práctico alguno. Pero confirmó lo que ya había vivido con mis gatos anteriores: los felinos son animales musicales, están equipados para ello.

El día que finalmente llegaron los discos terminados, brillositos en su envoltura de celofán, me di cuenta que Lua no andaba por la casa. Solía darse sus roles nocturnos que a veces duraban días (otra cosa que me gusta de los gatos). Luego aparecía por ahí como si nada y, exhausta de su reventón, se dormía encima de mí.

Pero esta vez parecía algo distinto. Para empezar, a mi mismo me extrañaba su ausencia. Al día siguiente tampoco la vi. Esa noche estaba anunciado un eclipse lunar. Nos acordamos y salimos a verlo. Cuando la luna se ensombreció totalmente, supe que Lua no iba a volver. Estuvo aquí sólo por Providencia.

Lua lua lua lua
Por um momento meu canto contigo compactuar

***

Me gustaría dejar de hacer sentido. Stop making sense, como diría David Byrne. Me gustaría irme por las bardas como Lua y no tener que buscar mecanismos para hacer depósitos interbancarios, ni hablar con la prensa, ni buscar distribuidores. Concentrarme tan solo en la manera correcta de cantar Inventa mientras toco la parte de la guitarra; encontrar una manera diferente de tocar Paraíso Elemental; hacer una canción nueva con Fong y André. Pero supongo que ese no es el caso.

Providencia está listo y hay que encontrar las maneras de hacerlo llegar a quienes tenga que llegar. Hemos invertido horas diseñando los mecanismos que ahora conforman la tienda en línea. Quien sabe qué tan efectivos serán. Mucho depende del público, de quienes leen esto.

Cuando empecé a comprar discos no existían tiendas como los Mix Up. Comprar un disco era una aventura que implicaba viajar hasta el Hip 70 (sólo había dos en toda la ciudad) y maravillarte con las cosas que encontrabas ahí. Cosas que te animabas a comprar muchas veces sin información anticipada. Dejándote llevar sólo por la intuición o el arte de la portada. Ahora entrar a una tienda de discos es una acción desangelada. Sabes que mientras estés ahí serás bombardeado inclementemente con los últimos hits de la Industria. Hits que a ti no te dicen nada en absoluto. Si vas a buscar un disco de Lucinda Williams o de Portishead, tienes que soplarte lo último de Belinda, al reciente vencedor de La Academia.

Quizá las emociones estén ahora en la red. Bajar música pirata, seguro. O enterarte de discos que sabes que no van a estar en Mix Up. Ahí estará ahora La Barranca. Quienes entren a nuestra tienda ya saben a lo que van. O estarán dispuestos a la sorpresa siempre saludable. El sueño sería establecer una relación directa entre quienes hacemos a música y quienes la consumen: sin intermediarios. Vamos a ver en qué medida esto funciona. Por el momento es un experimento, mientras las capas tectónicas de la industria de la música se acomodan. Y en ese sentido, somos un grupo experimental.

JM

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