PROVIDENCIA II

PROVIDENCIA. (Del lat. Providentia) f. Disposición anticipada o prevención que mira o conduce al logro de un fin. | 2. Disposición que se toma ante un lance. | 3. fr. Adoptar una determinación | 4. Sinónimos: Destino, azar, hado, sino, estrella, fatalidad, ventura, albur, predestinación, mandato.

El trabajo en la burbuja amniótica que es El Submarino del Aire ha concluido; lo que resta en torno al disco ya ocurrirá fuera de nuestras manos. Pero para nosotros, como músicos, el disco ya se terminó. Y la sensación es curiosa. Después de tanto tiempo ya no hay nada que hacerle a las canciones…. ya se van.

Claro, falta aún masterizarlo, y después hacer los propios discos físicamente: maquilarlo. Al mismo tiempo hay que desarrollar una estrategia de distribución y promoción. Es decir, aún faltan cosas, cosas administrativas y tediosas que te hacen ver que producir un disco no es nada más cuestión de hacer unas canciones y grabarlas ¡Ojalá!

Las dos semanas que habíamos calculado para mezclar se convirtieron en cuatro y luego en seis. Hay varias razones para eso. La primera es que en cuanto Fong llegó para iniciar las sesiones de mezcla lo primero que hicimos fue ¡hacer otra rola! Pero era natural. Este disco se gestó de una manera tan sui generis, sin seguir ningún plan preconcebido, que su propia personalidad se nos fue revelando conforme avanzábamos. Y al irlo viendo así, cada vez con mayor perspectiva, nos pareció que aún cabía una canción más.

Porque así es en realidad como nos embarcamos en esta entidad que llamamos PROVIDENCIA. No importa como la hubiésemos imaginado en un inicio. Ella es la que a fin de cuentas decide para donde se quiere ir. A nosotros solo nos resta el placer de dejarnos arrastrar, de ver como las ideas que habíamos propuesto en un inicio se van transformando en otras cosas, por su propia voluntad. Ver como llegan a lugares que sobrepasan o que ni siquiera concuerdan con lo que esperábamos. Pero ese dejarse arrastrar es totalmente activo. No es abandonarse y esperar que las cosas se acomoden por si solas. Hay que trabajar mucho para que se den. Suponer incluso que uno las controla, aunque en realidad no sea así.

Más bien, la labor consiste en estar atento y detectar lo que cada canción quiere decir. Y entonces hacerlo. A veces, cuando uno oyó bien, acierta. Y cuando fallas es porque no oíste bien lo que la canción decía.

Afortunadamente aquí hay cuatro pares de orejas, todas entrenadas. Por eso podemos protegernos unos a otros. El oído más fino es el de André. Y eso lo convierte en un baterista diferente a todos los demás. Un baterista de afinación melódica casi perfecta y con una infinita capacidad para enfocarse en el detalle. Si Alfonso dice que en tal parte hay un ruido o una nota fuera de lugar hay que creerle, aunque uno mismo no lo escuche entre la mar de sonidos que salen por las bocinas. Lo más seguro es que cuando aislemos esa parte, ahí estará lo que él detectó.

Fong escucha otras cosas. Quizá escucha más con el cuerpo. O con el corazón. El puede hablar del feeling de una canción, de su energía, de las sensaciones que genera. Puede hacer cosas con el bajo para que una misma canción, o incluso una misma parte, cambien radicalmente en cuanto a la sensación que generan. El ve el conjunto de las cosas, tiene una percepción más panorámica. Escucha las emociones.

Del Águila oye cosas técnicas que a nosotros mismos a veces nos cuesta trabajo definir. Cosas que tienen que ver con el espectro sonoro de toda la rola. Frecuencias específicas, por ejemplo. O la manera en que un par de sonidos tienen que integrarse para no cancelarse el uno al otro. Y lo mejor es que sabe que aparatos hay que usar o que movimientos hay que hacer, para lograr que suceda lo que busca.

Yo me preocupo por la voz y por la arquitectura.

En esta manera de hacer discos, que es La Barranca, uno tiene que ser más que un instrumentista. Hay que desdoblarse también en productor y, al hacerlo, ser capaz incluso de desprenderse de su rol de instrumentista. Al momento de grabar o de generar una parte tienes que estar totalmente concentrado y comprometido con ella. Pero después, cuando escuchas el todo, tienes que ser capaz incluso de negar tu parte si es que esta no da lo que la canción requiere. Por mucho que estés enamorado de lo que hiciste. Y esto es así porque no hay un productor externo. Los productores somos nosotros mismos, y tenemos que tratar de encontrar en nosotros la objetividad requerida. ¿Hasta que punto es esto posible? Quien sabe, nosotros lo intentamos y por lo general, al menos, somos estrictos.

En el espacio de tiempo que se abre entre una sesión y otra todos oímos lo que llevamos avanzado. A mi me gusta el resultado, pero detecto que nos falta una canción. Y de hecho ya sé cual: es una pieza instrumental que yo había hecho para La Barranca a fines del año pasado, pero que a la hora de armar este disco pensé que ya no tenía cabida. Ahora, al oír todo, siento que me hace falta; justo ahí. Se las muestro a los demás y, pese a que altera de alguna manera todo lo programado, les prende también y están dispuestos a trabajarla. Sólo que Fong y Del Águila son categóricos: ponle una letra, me dicen, hazle una melodía. Yo quiero oir palabras, afirma Lalo, las canciones instrumentales me dan hueva, quiero oír cosas, que diga algo.

Así que me pongo a trabajar en eso. Queda poco tiempo pues la visita de Fong es en una semana y para entonces habrá que tenerlo listo. Para mi representa una última oportunidad de escribir algo para el disco, pero cuando ya sé a qué suena. Hacer esta canción es muy diferenta a hacer las otras; porque vengo ya embalado en la energía del álbum, sé por donde pasa, sé que necesita. Lo que buscamos es además muy simple. Tenemos ya la música y lo que se busca es una melodía larga y poca letra. Me gusta esa misión.

La melodía la encuentro casi desde el momento en que Del Águila me lo plantea. De hecho, ya estaba ahí sugerida. La letra, unos días después, en el coche, mientras me dirijo a Ciudad Satélite y paso por donde toqué por primera vez con un grupo.

La última canción se llamará entonces Providencia, igual que el disco, y para cuando Fong regresa a las sesiones de mezcla ya está terminada. Hacemos algunos ajustes de métrica y de ritmo y la grabamos completa en el Submarino. Fong sugiere que la parte de en medio, que originalmente es una especie de solo de guitarra, la hagamos mejor de manera coral. Es algo que nunca hemos hecho y nos late intentarlo. Cantar todos. André le agrega luego un vibráfono y entonces la parte se completa.

Resulta entonces una invitación para escuchar el disco. O cualquier disco. Y también es una fotografía de las emociones que pasaban en ese momento.

Así, siete días después de lo que originalmente sería el inicio de la mezcla, estamos terminando, apenas, de grabar el disco.

Además de eso tuvimos varios invitados musicales. En primer lugar a Muna Zul, un grupo vocal formado por tres mujeres: Leica, Dora y Mariel. Las escuché cantando en vivo hace unos seis meses y me gustó mucho como armonizaban sus voces. Desde el inicio habíamos pensado en voces femeninas para Una Nota Que Cae, una canción de raíces medio brasileñas. También queríamos ese color para el coro de Malecón. Así que invitamos a Muna Zul para hacer estas dos piezas. Lo grabamos todo en una larga sesión nocturna en el Submarino. Ellas no habían oído las rolas, pero nosotros teníamos una idea bastante clara de lo que se requería. Las chavas lo hicieron muy bien y esa energía femenina le confiere a estas piezas una luminosidad especial.

Invitamos también a Cox Gaytan. Durante una cena en Medellin, Col., Alfonso le comentó al fotógrafo Fernando Aceves que estábamos grabando un nuevo disco de La Barranca. Aceves preguntó si pensábamos invitar al Cox, a lo que Alfonso respondió diciendo que no sabría ni donde encontrarlo. En ese momento, Fernando se comunicó con Cox por teléfono y se lo pasó a Alfonso. Platicaron un poco (¡después de años!) y Alfonso le planteó la idea. Cox dijo que le parecía bien, que le prendía.

Ya en México, vimos en donde podría entrar y encontramos que había lugar para un solo en Nueva Vida. Fiel a su costumbre, el Cox nos pidió llevarse la rola con anticipación para diseñar su parte. Así que el día de la sesión, a las 5 de la tarde, Cox llegó al Submarino con un solo perfectamente armado.

Es impresionante ver tocar a Cox. Ahora trae un violín eléctrico de 5 cuerdas que funciona también como viola. De hecho, lo que hizo es más bien un solo de viola, que se ajustó perfectamente al sentido de la rola. Estuvimos jugando a procesar su sonido, pasándolo por algunos de mis pedales de guitarra. Queríamos algo espacial pero al mismo tiempo profundamente humano. Y me parece que así es como quedó.

El resto de la tarde (y noche) lo pasamos recordando anécdotas y probando el violín en algunas cosas más (que finalmente no quedaron). Pero más por el gusto de verlo tocar que porque en realidad lo necesitara la música. De alguna manera fue como si no hubiera pasado el tiempo. La personalidad de Cox, o más bien, su personaje, permanecen intactos. Así como su pasión por el violín. Al final Federico y yo fuimos a cenar con él y dejamos abierta la posibilidad de hacer algo en el futuro.

Las aportaciones de Cox a La Barranca siempre fueron hermosas y determinantes. El tiempo que estuvo con nosotros fue también muy intenso. Pero me parece que al final todos entendimos que su participación siempre sería limitada, puesto que no todas las piezas de La Barranca requieren solos de violín. Quizá la manera de trabajar con él sea esta, invitarlo a participar en las piezas en las que su violín tenga cabida. Y esperar que los tiempos coincidan.

El último invitado fue el tacubo Rubén Albarran. Tenemos una rola con unas ondas medio japonesas que se llama Haikú y habíamos pensado en invitarlo desde un principio. Sólo que, cuando llegó el momento de grabar las voces, vimos que andaba de gira con su banda y que terminaban hasta fin de año. Pensamos que ya no habría chance de hacerlo. Pero resultó que la parte internacional de su gira concluía precisamente en Miami. Ahí estaba Fong cuando tocaron, supuestamente ya habíamos terminado todo acá en México, estábamos acabando de mezclar. Federico fue al concierto y luego los visitó en el camerino. Le tiró la onda a Rubén y este dijo que estaría encantado de hacerlo. Me puse en contacto con él aquí en México y los últimos días de diciembre pasó por el Submarino, antes de una tocada gratuita que hicieron en Tlalpan. Teníamos poco tiempo pero en unas tres horas Rubén grabó su parte y generó muchas ideas más. Fue chingón trabajar con él; es muy creativo y tiene gran facilidad para meterse rápido en la rola. Así que finalmente se dio su participación en un disco con La Barranca, algo que ya habíamos planteado desde tiempo antes, cuando tocamos juntos en un Vive Latino. Esa vez fue un palomazo medio raro, organizado por Lino Nava. Rubén cantó un cacho de Día Negro pero todo fue muy improvisado. Esta vez hubo chance de hacer algo más concreto y la verdad es un gusto y un honor. A todos nos prende mucho lo que hace Café Tacaba, una banda siempre propositiva, cada vez es más musical y siempre en evolución.

Con ellos, más los músicos que ya habían grabado antes (la chelista Mónica Del Águila, el gran trombonista de la filarmónica, Augusto Cifuentes, y la incipiente pianista Magali) se completa la lista de nuestros invitados. Una lista de lujo, a nuestro parecer.

Además de los invitados, concluimos la grabación de voces. Quedaban algunas piezas pendientes. Algunas porque yo aun no tenía una versión de la letra que me satisficiera, otras porque no encontraba la manera precisa de cantarlas. Muchas veces, cuando grabo una idea en El Potrero, canto de una manera muy íntima y relajada. Normalmente grabo en la noche y no tengo intenciones de gritar y menos de despertar a los vecinos. Pero en el estudio, ya con la música grabada y con la energía de Fong y André, naturalmente me siento impulsado a cantar con más fuerza. ¡como si fuera en vivo!
Esto funciona a veces, pero no siempre. Así que con ciertas rolas fue necesario hacer un ejercicio de concentración: ignorar el entorno que me rodeaba, el hecho de estar en un estudio grabando profesionalmente. Intentar entonces llegar a esa emoción original, que es la que le sentaba mejor a ciertas canciones.

Por otro lado, las canciones mismas han cambiado. Naturalmente las rolas van mutando en el estudio. Pero esta vez los cambios fueron más radicales. Cuando regresé de mi viaje por el Mar del Norte, Fong, André y yo nos juntamos de nuevo para replantear todas las rolas como grupo, para convertirlas todas en un disco de La Barranca.

En otras rolas Federico incorporó el piano. Un sonido mucho más humano y que sustituye algunas de las programaciones que yo tenía concebidas.

Todo el tiempo avanzamos con una naturalidad sorprendente. Lo que quiero decir es que no éramos concientes de estar haciendo lo que hacíamos. Simplemente nos dejamos llevar por la mecánica que se genera entre nosotros, como si no hubiéramos dejado de hacer discos casi seis años.

Por eso llegamos a PROVIDENCIA. Nos gustó la idea que sugiere la palabra en su significado más puro (además de su sonoridad, por supuesto): la de hacer algo para llegar a un fin; la de tomar una determinación. En ese sentido, eso es lo que es este disco de La Barranca. Esa es nuestra determinación: hacer esta música.

Se que habrá quienes piensen que tiene una connotación religiosa. Y no importa. En el catolicismo la providencia es un atributo de dios, algo que nos protege. No es eso de lo que habla el disco. O quien sabe.
Yo no me adhiero a ninguna religión organizada. No creo en ellas, aunque respeto a quienes lo hacen. Pero sus símbolos existen, y el efecto que estos símbolos provocan en otros es real. Ahí está si no el San Miguel, por ejemplo. No necesitas creer en él para sentir el poder de su imagen o para apreciar su belleza.

Ciertos símbolos y conceptos me fascinan. A veces por su connotación mitológica, a veces por la significación que tienen respecto al comportamiento humano. Los símbolos del bien y del mal. Esa eterna batalla entre ángeles y demonios. Todos damos por sentado que existen pero ¿qué es el bien, qué es el mal? ¿en dónde radican? ¿son dos cosas antagónicas o parte de un todo? El disco también se hace esas preguntas.

Para las sesiones de mezcla movimos la configuración del Submarino. Si lleva este nombre es justamente por el reducido espacio de su cabina de control. Durante la mezcla, una vez que se ha terminado la grabación, todo el trabajo se hace en la cabina. Por eso decidimos mudarla al cuarto de grabación, que es mucho más amplio y donde podríamos estar más a gusto. Incluso recibir algunas visitas.

La mudanza implica también ciertos elementos de decoración: hay que generar un ambiente. Para eso llevamos varias lámparas, velas, incienso; y acomodamos de alguna manera todos los objetos que hay en el cuarto. Iniciamos así el largo proceso de la mezcla. En el cual dos semanas se convierten en seis.

Durante esta etapa el trabajo principal lo hace Del Águila. El de nosotros consiste en escuchar, hacer sugerencias, dar ideas. Tratar de describir con palabras el lugar a donde queremos que llegue una canción. Clavarnos en la textura…

La mejor de las mezclas no puede hacer que una canción mala se convierta en buena. Pero una mala mezcla si que puede destrozar una canción buena. No digo esto porque temiera tal cosa, confío plenamente en Lalo, sino para resaltar el rango de posibilidades que hay. Una canción se puede ir a mil lados diferentes. Por eso el proceso es delicado. A cada paso hay que detenerse y escuchar. Ver como suena la canción en otros entornos: en un estéreo, en el coche, en el iPod. Y hacer los ajustes pertinentes.

Durante esta etapa empezamos a invitar a algunos amigos y conocidos a oír el disco. Por lo general músicos o periodistas, o gente muy cercana al grupo. Por esos días voy a la presentación de un nuevo libro de retratos de Fernando Aceves. Es un libro de fotografías tomadas a todos los participantes en las dos últimas ediciones del Vive Latino, y ahí aparece una foto mía. En la presentación me encuentro inesperadamente con Ricardo Ochoa, un músico que para mi es trascendental.

Ricardo fue el primer músico que yo vi en escena. O he de decir, el primer músico de a de veras. Ricardo participó en el legendario festival de Avandaro, con Peace and Love, una banda proveniente de Tijuana que usaba metales a la manera del grupo Chicago. Años después, cuando yo lo vi, comandaba un trío eléctrico llamado Náhuatl. Lo que hicieron esa noche en un antro de Ciudad Satélite voló mi cabeza adolescente. Su guitarra era un animal prehistórico y a la vez futurista, que recorría todas las posibilidades del instrumento. Provocaba todo tipo de sensaciones e imágenes y era como un canto eléctrico absolutamente determinado y preciso. Y eso que yo ni siquiera había fumado mota. Esa noche desee tocar así, alguna vez.

Años después lo vi con Kenny y los Eléctricos, en una formación que incluía ni más ni menos que a Federico. Ahí vi tocando a Fong por primera vez, pero esa noche no conocí personalmente a ninguno de los dos.
Fue hasta años después, cuando Fong y yo ya estábamos haciendo La Barranca, que conocí a Ricardo por teléfono, gracias a Edmundo Navas, quién editara nuestro primer disco. En un viaje a Santa Fe, donde Ricardo vivía, Edmundo le puso El Fuego de la Noche. A Ricardo le gustó y, para mi enorme sorpresa, pidió hablar conmigo por teléfono. Esa llamada fue determinante para mi, de alguna manera validaba la música que estábamos haciendo y me conectaba directamente con aquella noche en que vi a Náhuatl.

Tiempo después, sería el mismo Ricardo quien invitaría a La Barranca a participar en el disco de homenaje a los Tigres del Norte, donde nosotros grabamos La banda del carro rojo.

El caso es que ahora Ricardo estaba ahí, nuevamente frente a mí. Nos conectamos inmediatamente y esa misma noche fuimos a cenar y a brindar con Sabo Romo y Fernando Aceves. Fuimos a un lugar de Coyoacán que al rato se llenó de músicos y acabo siendo cerrado en exclusividad para nosotros. El dueño es pianista también. Llegó después Memo Briseño y varios de los músicos que dan clases en su escuela de rock. Fue curioso estar con estos personajes, que han pasado por miles de cosas y conocen la historia de la música en México desde dentro: ellos la han escrito, después de todo. Aunque en este país sin memoria pocos lo reconozcan.

Al final llevé a Ricardo a la casa donde se estaba quedando aquí en México (ahora vive en California). En el coche le puse algunos MP3 de las mezclas de Providencia. Ricardo es muy prendido y le gusta involucrarse en la música. Le gustaron mucho las cosas que oyó y acordamos que sería bueno hacer una sesión más en forma en el Submarino, para que oyera todo.

Así que al otro día lo organizamos. Y tuvimos el honor de que Ricardo oyera todo Providencia, de principio a fin. Nos enriqueció mucho con sus comentarios y sugerencias, con su experiencia y su manera entusiasta de oír la música. También cayó por ahí mi amigo Fernando Rivera, quien escuchó medio disco antes de irse a su programa de radio.

Nos fue a visitar también, para una entrevista, José Agustín Ramírez, el hijo escritor del célebre escritor. Hubo muy buena conexión con el Agustín, el cual trae su viaje personal muy específico. Platicamos los tres ampliamente con él, y al rato ya la entrevista era más bien un rollo informal, como si lo conociéramos de años. Obviamente le detallé mi relación con su jefe, o más concretamente. con los libros de su jefe, pues a él no lo conozco personalmente. Le conté, como ya he contado en otros lugares, incluso creo que en este mismo espacio, que cuando estábamos escogiendo el nombre de La Barranca yo andaba leyendo Cerca del Fuego, uno de mis tres libros favoritos de José Agustín (los otros dos son Se está haciendo tarde y Ciudades Desiertas, aunque creo que he leído la mayoría y todos tienen algo que me gusta). En ese libro, de por si loco, viene un capitulo aun más loco que se llama algo así como “Castillo de Piedras”. Ahí, José Agustín da una receta insólita: “en medio del peor estado de abandono”, dice, “…si aun conservas un hilito de razón que te permita querer salir de ahí…encuentra una barranca”. Leer eso fue una suerte de confirmación, una de esas concordancias con la realidad que te hace sentir, por un momento, que eres capaz de leer signos a tu alrededor. Y que entonces eres parte de algo, una red de hilos que se tocan de una manera fina pero determinante…

Porque además, antes de que hubiera músicos mexicanos de rock chidos, hubo escritores. Y José Agustín iba a la cabeza de todos. Sus libros eran como discos, como discos de rock espeso y chingón; ese nivel de compenetración y complicidad podía uno establecer con ellos. Y eran tan reveladores como el mejor álbum que uno hubiese escuchado. Aún lo son. Tal vez ahí, en el lenguaje y en las palabras, se encontraba lo que en los discos anglos uno percibía sólo en la música. Y resultaba mucho más cercano, más revelador. No sólo porque tocaba la realidad mexicana, sino también, el otro lado de esa realidad.

De todo eso platiqué con el Agustín. Además le pusimos algunas rolas. Quién sabe que escribirá de todo eso, pues no traía grabadora.

Pero el caso es como a las tres semanas me llamó de nuevo para proponerme un trueque: libros de su jefe por discos de La Barranca. Acepté de inmediato. Unos días después regresó Agustín con tres libros. Yo ya los tenía, obviamente, pero no en esas nuevas reediciones brillositas y con diferentes portadas. Y lo mejor era que estaban autografiados! En el de Cerca del Fuego venía algo que, faltando al pudor, comparto con quienes lean esto, porque creo que resulta sumamente apropiado:

Aquí en el fondo de la barranca creo que nos entendemos mejor…

JM

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